PARQUE DE COPACABANA 1954
Cuando la tranquilidad
rondaba por el parque, la capilla de San Francisco, los charcos de la quebrada,
al sonar de la sirena de Imusa, las escuelas, el colegio San Luis, en los
hogares y en la mentalidad cada uno de los habitantes de la tres veces centenaria,
la Fundadora de Pueblos; de esa vieja histórica y querida Copacabana, los
veinte de julio, era la cosa más ‘galleta’, entretenida, colmada hasta de
deportes. Había de todo, hasta el tahúr aparecía con llamativas formas de hacer
plata sin notar el tumbis. Los escueleros buscando en las vegas del río varas
de caña brava para construir las hermosas antorchas, los de la “banda de
guerra” del Alma Mater, poniendo en forma los elegantes uniformes y limpieza de
instrumentos; los músicos de la banda Santa Cecilia alistando atriles y papeles
con notas, en que abundaban los bambucos y pasillos fiesteros, alegría de los
de ruana, los niños y cachacos del pueblo. A nadie le importaba las efemérides,
la felicidad la traían dos espectáculos: La llegada del fuego olímpico y la
competencia de ciclismo.
Había llegado al Sitio
una familia de apellido Arcila y que se instalaron cerca de la casa de doña
Concha Acosta, uno de los retoños era de buen biotipo, le habían colocado el
remoquete del Pastuso; ese muchachote empezó a montar en cicla y para aquel 20
de julio se inscribió para competir en la doble a Barbosa; pues mis queridos,
llegó a la meta empantanado, sudoroso, pero con un buen tiempo de ventaja a los
demás competidores. Por varios años siempre llegaba de puntero, era el Ramón
Hoyos de la localidad, pero cómo no hay fecha que no se cumpla, bobo que no sea
avispado, perro que no muerda y beso que no haga estragos, le apareció el
espanto de minas Anchas. Alto, extrovertido y lleno de ambiciones, Horacio
Monsalve (bombón), brincó a la palestra. Aquel día de celebración patria,
arrancó la competencia. Había competidores con bicicleta de farola delantera,
parrilla y hasta retrovisores; mientras se esperaba el regreso de la
competitividad, el kiosco permanecía atiborrado de clientela, bellas damitas
unían los pitillos para saber sí el pretendiente la amaba. Desde las cantinas
Margarita Cueto y Juan Arvizu hacían que el aguardiente hiciera efecto. La voz
de un niño que gritaba: Ya vienen…puso alerta a los espectadores. Al frente las
figuras del Pastuso y Bombón, en un descuido Horacio tomó ventaja y pasó de
primero la menta; hasta ahí, duró la hegemonía, predominio y supremacía del
antiguo campeón.
Alberto.
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