MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 8 de abril de 2020

COPACABANA EN LAS NOCHES


PANORÁMICA DE COPACABANA

Siempre se ha estado alumbrada por los radiantes rayos del sol, que iba traspasando la montaña oriental, detrás de la torre; pero poco se manifiesta de las noches con luces centelleantes de luciérnagas, de eso cocuyos que deseábamos introducir en un frasco para iluminar los juegos de pelota envenenada o, encontrar el mejor lugar para ocultarnos en el juego de escondidijos. En ese parque de eras con palmeras botella, bajo la mirada penetrante del libertador, la blancura angelical de la madre protectora o el rocío lanzado por la brisa desde la pila añeja enmohecida de historias de amores furtivos, abusando de la penumbra pasaba la sombra de los murciélagos, se escuchaba quizás desde uno de los tejados ruginosos el ululato de las lechuzas, mientras en una de las bancas, la pareja de enamorados se juraba amor y respeto hasta que llegara el día que juntos salieran por la nave principal de la iglesia unidos para siempre. Los niños correteaban por los senderos jugando a la “chucha” sin importar las notas salidas desde las cantinas con las voces de Margarita Cueto y Juan Arvizu; parejitas de mozuelas daban la vuelta a todo el marco con un caminar coqueto, porqué ellas sabían que desde cierto lugar unos ojos seguían su movimiento, esperaban de alguna forma, ser invitadas a un refresco en el kiosco.

Aquella estampa pueblerina saltaba hecha pedazos, cuando desde el segundo piso del teatro Gloria, desde ese mismo sitio en que estaba el prehistórico proyector de cine, el inmenso parlante, esparcía por todo el contorno empujado por el viento, notas de boleros de Néstor Mesta chaires, tangos quejumbrosos de Pepe Aguirre y la voz de algún “pato” invitando a ver la super producción de “Quién Mató a Rosita Alvirez”. Poco a poco, se iba llenando aquel lugar en que nuestros años escolares disfrutaron los domingos de matiné, vespertina y noche de series de cowboy o los bailes de Resortes. Ahí, entre penumbras, olor a veterina y con suave rasquiña en las piernas por algún vicho, se escuchaban suspiros entrecortados. Detrás de la gente del común aparecían la chusma de los fogoneros que gritaban insultando a Horacio que por tiempos fue el operador, cuando las enfermizas cintas se reventaban. Muchas noches prestaban su belleza a la salida hasta llegar a los hogares, pero, otras tanta, se escuchaban las carreras atravesar la plaza, con la iluminación de relámpagos, motivo que muchos esgrimíamos para hacer un escampadero en Club de Rubio y antes de que fueran las doce, hora de permiso, un aguardientico…cuatro, cinco…Carlos Mejía, Obdulio y Julián…siete, ocho; dame el arranque pa’ ime y, entre rayos y centellas mojados desde la cola hasta la crin después de mil tanteos introducíamos la llave a la puerta de la casa.  

Alberto.
  


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