MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 29 de abril de 2020

RECUENTOS DEL CONTADOR DE HISTORIAS (3)


ANTIGUO PARQUE DE COPACABANA


Aunque la mañana esté gris, con los recuerdos que deambulan libremente por la evocación, la gratitud resplandece, se ilumina tal como eran en aquellos hermosos días de esos diciembres juveniles vividos intensamente en ese pueblo copacabanense de tejados lamosos, verdosos de historia, que en perfecto orden cubren la hidalguía de un conglomerado descendientes de campesinos y de alguna manera, rastras de genes españoles; bueno eso no importa. Es significativo el comportamiento señorial que salía como aroma de flores de dentro de aquellos caserones con patios empedrados, bifloras, rosas, orquídeas y hasta claveles rojos. Aquellas ventanas arrodilladas, se prestaban para que los domingos día de mercado, los campesinos amarraran sus bestias, yeguas y alguna potranca traída para la venta. En ese lugar se reunían los llegados de más allá de la montaña, Sampedreños con aquellos quesitos envueltos en hojas de bijao junto con la arepa de chócolo, sin faltar el que llegaba con la marrana gorda y la cría inmensa de cochinitos hermosos y chillones. En ese ambiente dominical se amacizaba todo el conglomerado entre humo de tabacos, lociones fragantes, lazos, sogas, monturas, zamarros, mocasines, pañolones, cachirulas; gritos de vendedores y aullidos de perros.

El paso de los años había comenzado a dibujar con la delicadeza de fino pincel, un bozo coquetón y travieso encima de los labios, de vez en cuando se escapaba un piti-gallo. La escuela de don Jesús, quedaba atrás; el quito preparatorio estaba en el Instituto San Luis Gonzaga situado en la calle Mejía, diagonal a la casa Campesina. Una casona antigua se prestó para albergar alumnos en aquella inolvidable Alma Mater. El rector siempre lo fue el coadjutor de turno en la Iglesia. Allí, quedó la vanidad encaramada en la banda de guerra (cómo se llamaba en esos tiempos), pues aquel precioso uniforme le copaba todo el ego sin dejar espacio para la humildad. Abran el catecismo del padre Astete, empezaba diciendo después del saludo el curita. Con puntos y comas, se debía dar la lección; detrás de una moldura negra y gruesa marco de las antiparras, estaban los ojos claros del padre Mario Mejía Escobar, ese, qué está próximo beatitud. Fue la época en que la sexualidad iba en dilatación; aparecían enfrente del espejo el acicalamiento del cabello con gomina, la loción y vamos al parque a mirar las bellas damitas de la Normal, que salían del templo. Se entrelazaban las miradas con la trigueña y ansioso se quedaba a la espera al voltear la esquina, de aquel acto sobrecogedor de “la última.” 

Alberto.            

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