MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 22 de abril de 2020

EL CONTADOR DE VIVENCIAS (2)


ANTIGUA ESCUELA DE COPACABANA

Cuando aún se caminaba con aquellos pantalones cortos, con talego hecho por las manos rugosas de una madre en que iban las bolas para jugar pipo y cuarta en uno de los bolsillos; otras veces, el trompo Canuto que poníamos a bailar en una de las aceras libremente o a luchar en hacer cabriolas en la polvorienta calle. La madre nos daba la bendición mientras nos entregaba la maleta con los cuadernos rallados, cuadriculados, lápiz, borrador, secante; el horario, el puntudo compás. Corriendo igual que el gamo se llegaba a una de las dos enormes puertas, aquella que esperaba los párvulos de los sectores del norte y la otra, los que estaban ubicados al sur. Aquel primer año en que la melancolía de abandonar las caricias de la madre junto con la media mañana, el abrazo calientico de las cobijas en que se escondía el perro criollo, no era nada fácil. Empezar a ver caras de nuevos niños, a salir cómo almas que lleva el diablo a los “cuarticos” al recreo para llegar de primeros a orinar, la rigidez de un maestro que dentro de su pupitre escondía licor que saboreaba a cada levantada de la tapa o el alejamiento a medio año de la maestra, porque la cigüeña le había traído otro cachorro y remplazada por la señorita Marina, capitalina de tes trigueña, cabello negro, con un cuerpo menudo y danzarín; para ser primerizo, es casi que frustrante.

La maestra tapa huecos por el caso fortuito en que la principal, se retiraba para comer gallina por 40 día, empezó a mostrar cierto cariño especial por el muchachito atribulado por el cambio de casa a escuela. Es algo generalizado en aquello primeros años de clases, qué, esas caritas inocentes de los chiquillos, tienen un trasfondo de picardía sexual. Cuando por el cachiporrazo de la suerte toca el primer maestro mujer, el niño, ve en ella la prolongación de la madre o, tergiversa las caricias, las miradas de la institutora, creyendo que aquella mujer está enamorada de él; la voz de la pedagoga dentro del aula, lo lleva a recorrer misteriosos paisajes; en la noche la ve en sus sueños. La señorita Marina hizo estragos en el corazoncito del pequeñuelo. Absorbía con delicadeza el aroma del perfume que ella emanaba, los ojitos acompañaban los pasos dentro del salón y por el corredor en los instantes de recreo. No sé sí a las niñas les pasa igual. Oh, ¡qué dolor! Un malhadado día, camino a casa estaba el consultorio de un dentista; puerta entre abierta, curiosidad infantil…Ahí en la silla odontológica estaba el “amor de su vida”, su maestra, en brazos del sacamuelas.  

Alberto.     

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