MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 15 de abril de 2020

RECUENTOS DEL CONTADOR DE VIVENCIAS (1)


COPACABANA EN NOCHES DE PANDEMIA PATRICIA DÍAZ

Tratando de emular a los idolatrados maestros de aquella destruida escuela en que se botó el analfabetismo, vemos junto al tablero negro, un pequeño cajón atiborrado de tizas, el borrador de trapo, más hacia el frente, la plataforma con el escritorio y el educador acariciando la regla castigadora, adecuando las antiparras, dando la orden para hacer un recuento de lo visto durante más de medio año lectivo. Pues bien: Cuando se llegó al nicho de la Virgen De la Asunción al bajar el acarreo en la casona de Emilianita Cadavid en la esquina sur-occidental, los dos niños extrañaban el pueblo en que se sancionó la constitución de 1863, (Rionegro) en que el frío los hacía usar medias de lana casi hasta la rodilla. En principio fueron objeto de burlas. El mocho Esteban el comisionista del pueblo, fue el que los ubicó en aquel palacio de entretención con la naturaleza y sus sonoros trinos. La soledad y el silencio del parque se rompía cuando desde El Chispero manejados por Tirsio, llegaba la chusma a atacar a la del centro del pueblo. Piedra, palos y el invento de Juacundo, bolsas con ceniza que al estallar los tapara en la retirada; todo el mundo se encerraba en sus casas. El primer amigo del padre se llamaba Don Ramón Cadavid (Ramón Coco), amistad que duró por siempre. Algo extraño les parecía a aquellos forasteros, cuando por las calles polvorientas se encontraban paqueticos bien amarrados, que al destaparlos se encontraban piedrecillas, al averiguar, se les dijo que el que cogiera los guijarros se llenaría de verrugas. Costumbre no conocida.

El café Pilsen estaba para aquellas calendas en el espacio que hoy ocupa el Palacio Municipal; unas escalas lo separaban de la calle y junto a la puerta el Traganíquel que el niño miraba con asombro al ver su colorido y los movimientos del intrincado aparato para sacar el acetato de 78 R.P.M. Sonaba en el disco la canción: “Mal Hombre” de moda; los campesinos ‘pandiaban’ la ruana, el carriel, machete y sombrero. Si algún mocoso los molestaba le decían: “Ve este hilachento zarrapastroso; manque te echés toíto el perjume, se siente la guelentina , andá a la jinca pa’ date comistraje.” Existía al frente del frondoso palo de magos y del café de don Pompilio un kiosco que, al tiempo de haber llegado, fue remplazado por el viejito de redondel donde fueron perseguidos por el policía que le decían Patalán por la complexión descomunal a quién los párvulos tenían pánico. En ese kiosco sin murallas, entraba la brisa besando a la clientela; allí, las nalgas se esparcían cómodamente mientras con los pitillos ofrecidos por la dulcinea, sabían que permanecerían unidos para siempre; los ojos de ella, le decían con el alfabeto de la timidez que no tiene sonido: Quisiera qué me besaras.   


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