
Cartilla en que se aprendía a leer.

Estos son los instrumentos de una fragua.
Se hace la vida llena de alegría al recordar con amor, todo aquello bello que ha trascurrido durante nuestra existencia. Sí me recuerdas, es porque me haz amado. ¡Cuan grande es recordar y que triste es el olvido!







MI PERRO PACHO.
Todo aquel que desde su cuna ha sido visto con indiferencia y más que eso con antipatía por el círculo social, lleva en sus pasos, un rencor disimulado por apariencias, pero en verdad, en sus adentros, solo carga odios contra todo lo que lo rodea. Esa indiscriminación de las razas: India, negra; o la poca o casi nula oportunidad que tienen los que no gozan de poder económico han ido poco a poco buscando la manera de salirse de ese yugo que los ha atado desde tiempos inmemoriales. Una manera de lograrlo es culturizándose y hoy los vemos en las universidades a las que han llegado con esfuerzo y con la ayuda de los Estados, que quieren serrar la brecha que los separaba de un derecho que pertenece a todo ser humano, el de la educación. Pero esa lucha por el saber, lleva en su interior algo más. Es tomar cargos que les den formas para vengarse de todo aquel que los ha menospreciado por su etnia. La igualdad entre los seres humanos no debe ser una lucha de clases, tiene que ser así, porque Dios nos creo iguales a todos, pero el hombre no ha sabido respetar ésta ley divina.
En el transcurso de la vida son muchos los acontecimientos que nos pasan. No enamoramos en el tiempo de la juventud y creemos que ese será nuestro primer amor y para siempre. Vaya locura.


En el Sitio de la Tasajera, como se llamaba Copacabana en sus tiempos remotos, era de magnitud las festividades de la Semana Santa. Pero había un día especial para los niños. Era el del jueves Santo cuando se hace el lavatorio de los pies. Jesús, para mostrar humildad a los apóstoles, lava y besa los pies a cada uno de ellos. En el pueblo se recordaba este pasaje, escogiendo a doce niños de la escuela para que representaran a los doce seguidores de Divino Maestro.
sus gafas medio caídas, tiza en la mano y aquel peinado partido a la mitad de un cabello cano. El corazón se nos quería salir de la emoción a la espera del veredicto. Dos semanas antes se hacía la escogencia. Y tomé. Salí ganador. Cuando terminó la jornada de la mañana corrí como un antílope hasta mi casa a contarle a mi madre y ella como yo nos sentíamos orgullosos, pero lo que más deseaba de todo aquello, era que después de lavarnos los pies el padre, nos montaban en una anda, en la que recorríamos las principales calles a la vista de los mayores y a la envidia de la chiquillería que nos seguía paso a paso; al llegar a la iglesia nos esperaba otra sorpresa. El Señor cura, en compañía de las mojitas y
Hay algo peor que estar loco. Es estar... cuerdo y vivir la realidad.


Fotos tomadas del periódico EL COLOMBIANO.
Somos muchos los ya entraditos en años que no podemos olvidar al tren del Ferrocarril de Antioquia. Fue una de las grandes obras de la ingeniería de su época, pero por desidia, malos manejos y errores políticos se fue al piso. Ya los que tuvimos la alegría de verlo serpentear elegantemente por rieles y polines, de escuchar a la entrada de la población el pito alegre o aquel de dolor, cuando por desgracia alguien había muerto bajo sus ruedas. Ver a lo lejos la estela de humo, que se asomaba por detrás de las cordilleras, eso llenaba de emoción a la chiquillada y daba ganancias a los mayores que se apostaban a la margen de la carrilera en la estación, para vender sus productos a los viajantes, que ávidos sacaban sus cuerpos por las ventanillas para comprar de lo ofrecido algo, ya sea para el recuerdo, para calmar el hambre o para llevar a sus familiares. El tren daba trabajo a muchas personas, como a la vez, era un medio de transporte económico, cómodo y gratificante.
Existía uno que se llamaba "el mixto", que era aquel que transportaba personas en coches de primera y segunda y al mismo tiempo llevaba carga: animales para la feria de ganado, bultos de arroz, maíz, fríjol, verduras, hortalizas y cuanto cachivache era menester transportar.
Era todo un espectáculo estar cerca de tan majestuoso vehículo. La maquina era enorme e infundía respeto y temor, sobre todo cuando el maquinista dejaba escapar el vapor, uno de niño le daba miedo y veía en ello algo cómo los monstruos de los libros de cuentos. Ese momento se quedó para siempre incrustado en el corazón y jamás dejaremos de culpar a quienes a mala hora, lo tiraron al olvido y le dieron entierro de tercera.
De aquel tiempo, queda en mi memoria un hecho doloroso. Muchos de los niños empleamos la costumbre de montarnos al tren a escondidas y viajar al municipio de Bello para ver cine y de regreso nos teníamos que arrojar del tren sin que éste parara, sólo disminuía su velocidad, lo que aprovechábamos, pero uno de mis amiguitos de escuela (Samuel Quintero), que no era muy experto, fue a caer debajo y quedó muerto en el acto. No todo en la vida es felicidad.
No quisiera morir sin verlo rodar nuevamente por entre las majestuosas montañas de Antioquia, bordeando con su cha cha cha, los ríos y, dejando en las estaciones de los pueblos capullos de rosas para que engalanen las risas de los niños y para que se acabe la nostalgia de los viejos.





Mi padre, fue Motorista (que era como se le decía a quien lo conducía) vestido con quepis, que los diferenciaba y les daba un aire de elegancia. Una veces manejaba los coches rojos y otras los amarillos, que las personas llamaban los canarios. En octubre 7 de 1927 mi padre recibió de la Secretaría de Obras Públicas la aprobación para ingresar a hacer parte del nuevo transporte:
"Para su conocimiento tengo el gusto de comunicar a Ud. que por decreto No. 64 de fecha de hoy, ha sido nombrado en propiedad y desde la fecha, Motorista de 2a. clase de la Empresa del Tranvía.
Si acepta, antes de posesionarse sírvase pasar a la oficina del señor Secretario de Hacienda Municipal para convenir lo relativo a la fianza.
De Ud. atto. S.S. firma ilegible".
La patente de motorista tenía el Nro. 95 con la que manejó el Tranvía por barrios y calles de la ciudad por mucho tiempo, hasta que por cosas de la política como siempre sucede, desapareció algo tan hermoso e histórico como el Tranvía; mi padre quedó pensionado por dicha empresa hasta su muerte, sin dejar de añorar, sus coches, rieles y gentes, que llegaron a hacer sus amigos y una que otra vez confidentes.




