Cartilla en que se aprendía a leer.
Estos son los instrumentos de una fragua.
Se hace la vida llena de alegría al recordar con amor, todo aquello bello que ha trascurrido durante nuestra existencia. Sí me recuerdas, es porque me haz amado. ¡Cuan grande es recordar y que triste es el olvido!
Fotos tomadas del periódico EL COLOMBIANO.
Somos muchos los ya entraditos en años que no podemos olvidar al tren del Ferrocarril de Antioquia. Fue una de las grandes obras de la ingeniería de su época, pero por desidia, malos manejos y errores políticos se fue al piso. Ya los que tuvimos la alegría de verlo serpentear elegantemente por rieles y polines, de escuchar a la entrada de la población el pito alegre o aquel de dolor, cuando por desgracia alguien había muerto bajo sus ruedas. Ver a lo lejos la estela de humo, que se asomaba por detrás de las cordilleras, eso llenaba de emoción a la chiquillada y daba ganancias a los mayores que se apostaban a la margen de la carrilera en la estación, para vender sus productos a los viajantes, que ávidos sacaban sus cuerpos por las ventanillas para comprar de lo ofrecido algo, ya sea para el recuerdo, para calmar el hambre o para llevar a sus familiares. El tren daba trabajo a muchas personas, como a la vez, era un medio de transporte económico, cómodo y gratificante.
Existía uno que se llamaba "el mixto", que era aquel que transportaba personas en coches de primera y segunda y al mismo tiempo llevaba carga: animales para la feria de ganado, bultos de arroz, maíz, fríjol, verduras, hortalizas y cuanto cachivache era menester transportar.
Era todo un espectáculo estar cerca de tan majestuoso vehículo. La maquina era enorme e infundía respeto y temor, sobre todo cuando el maquinista dejaba escapar el vapor, uno de niño le daba miedo y veía en ello algo cómo los monstruos de los libros de cuentos. Ese momento se quedó para siempre incrustado en el corazón y jamás dejaremos de culpar a quienes a mala hora, lo tiraron al olvido y le dieron entierro de tercera.
De aquel tiempo, queda en mi memoria un hecho doloroso. Muchos de los niños empleamos la costumbre de montarnos al tren a escondidas y viajar al municipio de Bello para ver cine y de regreso nos teníamos que arrojar del tren sin que éste parara, sólo disminuía su velocidad, lo que aprovechábamos, pero uno de mis amiguitos de escuela (Samuel Quintero), que no era muy experto, fue a caer debajo y quedó muerto en el acto. No todo en la vida es felicidad.
No quisiera morir sin verlo rodar nuevamente por entre las majestuosas montañas de Antioquia, bordeando con su cha cha cha, los ríos y, dejando en las estaciones de los pueblos capullos de rosas para que engalanen las risas de los niños y para que se acabe la nostalgia de los viejos.
Mi padre, fue Motorista (que era como se le decía a quien lo conducía) vestido con quepis, que los diferenciaba y les daba un aire de elegancia. Una veces manejaba los coches rojos y otras los amarillos, que las personas llamaban los canarios. En octubre 7 de 1927 mi padre recibió de la Secretaría de Obras Públicas la aprobación para ingresar a hacer parte del nuevo transporte:
"Para su conocimiento tengo el gusto de comunicar a Ud. que por decreto No. 64 de fecha de hoy, ha sido nombrado en propiedad y desde la fecha, Motorista de 2a. clase de la Empresa del Tranvía.
Si acepta, antes de posesionarse sírvase pasar a la oficina del señor Secretario de Hacienda Municipal para convenir lo relativo a la fianza.
De Ud. atto. S.S. firma ilegible".
La patente de motorista tenía el Nro. 95 con la que manejó el Tranvía por barrios y calles de la ciudad por mucho tiempo, hasta que por cosas de la política como siempre sucede, desapareció algo tan hermoso e histórico como el Tranvía; mi padre quedó pensionado por dicha empresa hasta su muerte, sin dejar de añorar, sus coches, rieles y gentes, que llegaron a hacer sus amigos y una que otra vez confidentes.