MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 31 de diciembre de 2014

EL NUEVO AÑO

En la tranquilidad del hogar

A través de los años de éste Blog, se han ido capturando del ayer, momentos vividos con sus alegrías, penurias, arrullos en la paz familiar, exaltación del campesino; la delicadeza de la mujer de épocas dorada, el respeto a los padres y el acatamiento a las personas mayores. Se ha ido haciendo un dibujo, con líneas de recuerdos para que, no mueran en el olvido, ante la convulsión de un hoy, subyugado a la tecnología, que aprovechó el espacio dejado por los padres, para a hacer del hogar un recodo de entes inpensantes e improductivos, acumuladores de soledades.
Se han dejado por estas cuartillas, el sabor a lo añejo, el disfrute de juegos por las calles de la centenaria Copacabana; se han puesto en escena las aventuras cuotidianas de párvulos cargados de expectativa, de los insipientes amores ante la belleza de las colegialas con su boina ladeada y el vestido azul y blanco. Se le dio vida al templo y se le puso sonido al repique sonoro de las campanas; la palmera se refugió agitada por el viento entre estas trincheras como un símbolo y el kiosco se llenó de palomas y trinos, para matizar la armonía del recuerdo. La cristalina quebrada, trajo murmullos desde lo alto de la cordillera y sus aguas sobre la planicie, en el charco de las añoranzas quiméricas, de un viejo agradecido del pasado.


Mi padre en el comedor de su casa

   Sé ha ido difundiendo en otras latitudes, hasta países, qué mi mente jamás soñó. Seguramente lo leen, coterráneos emigrantes que salieron un día, en busca de oportunidades y allá echaron raíces y estos escritos, les proporcionan el reencuentro con la patria, que la distancia no alcanza a borrar del corazón. Otros, pueden ser, pertenecientes a otras idiosincrasias  amantes de conservar las tradiciones y no quieren que las pisadas del tiempo las destruyan. Sea como fuere, saber que en la lontananza existen personas, que posan sus ojos sobre unas líneas bañadas de sinceridad, son acreedoras de gratitud. Sea el momento, para desde el corazón, desearles un nuevo año de felicidad. Un 2015 lleno de paz y prosperidad.         

miércoles, 24 de diciembre de 2014

NATIVIDAD


Guacamayo

 Se complacían los niños con aquel resplendente amanecer, conque los astros se ponían de acuerdo, para dignificar el advenimiento del hermoso niño que entre dificultades y humildemente con las pajas de un pesebre, nacería para iluminar la humanidad. Ellos, muy poco o nada, sabían de esa historia atiborrada de sufrimientos y persecuciones, menos, que San Francisco de Asís, fuera el creador de la tradición encantadora de reconstruir aquel establo con su vaca y buey, los sobrantes de paja, cuna hosca para tan delicada piel, pero no óbice para iluminar con la primera sonrisa el humilde lugar y el oscuro espacio cósmico.
En los hogares del antañón pueblito, se seguía la tradición y en las salas se le daba vida. Sobre  musgo se esparcían casitas de colores que por dentro se iluminaban; las ovejas pastaban junto a patos que nadaban en el lago de espejo, mientras los soldaditos de plomo, permanecían inmóviles con una mira fija e intrascendente con fusiles que no se dispararon. No podía faltar, la plaza de mercado, la iglesia con la torre elevada, el campesino con el atuendo dominguero, más alto que el templo; arriba en una colina, estaba el aprisco que albergaría la llegada del redentor, rodeado de pastores, con techo de escoba, el buey grisoso y la vaca albina. A lo alto de la techumbre, la estrella dorada que indicaba el sitio en que se hallaba el Mesías.


Familia mejía en noche de velitas 

Siguiendo los destellos astrales, estaban casi a la entrada los tres reyes magos, con indumentaria fastuosa sobre el caminito de arena; por el tamaño, no tendrían cabida para entrar a felicitar a María y San José, los orgullosos padres. Aquel remedo familiar del apoteósico origen, estaba circundado por villancicos entonados por los infantes del sector, apoyados por tapas de gaseosas aplastadas unidas por un alambre, pajaritos de plástico hueco, que se llenaba de agua para imitar los trinos, tapas de olla y uno que otro palo de escoba recortado para tal fin. 24 de diciembre. El niño llegó. Tenían que acostarse temprano, de lo contrario, no encontrarían el traído debajo de la almohada.    

miércoles, 17 de diciembre de 2014

TODO IBA CAMBIANDO


Alba y los cabezas rapadas

Cuando despertó, se dio cuenta que había sido una horrible pesadilla. En la alucinación, era un gorrión que abandonó el sedentarismo, para emprender largo viaje y que deseaba ser humano. Bajó de las ramas de frondoso árbol, al posarse sobre la hojarasca, fue sintiendo la mutación de la configuración de ave y del plumón de las alas salieron unos brazos y piernas que lo incitaban a caminar. Quiso trinar, pero se dio cuenta que su pico cónico desapareció para darle albergue a una boca que se entre abría queriendo musitar.
Emprendió la caminata por el sendero que lo llevaría a la ciudad. Solo había recorrido algunos pasos…de un recodo le salieron dos encapuchados que al no encontrarle dinero, lo golpearon, dejándolo como muerto; pedía ayuda y ni siquiera lo miraron. Llegó a las primeras calles, estaban inundadas de protestas; en las orillas del río, soñolientos por la droga y el alcohol, estaban remedos de seres humanos, que de vez en cuando, eran guardados, para mostrar una ciudad libre de pobreza. Pudo ver el quirófano atiborrado de bebes pariendo, recordando el coito prematuro. Los mendigos eran capitalistas de la indigencia, que en cada esquina abrían sucursales captadoras de incautos o ‘dadivosos’ recolectores de miradas de admiración. Comenzaba a pensar, que había cometido un grave error.


Casas antiguas del barrio Buenosaires Medellín

 Llegó al hogar de familia adinerada. Todo era temor. Poco confiaban de sí mismo, sabían que el dinero pervertía creando ambición; en las otras…existía desunión. Los separaba la tecnología. El comedor remanso de paz de hogares de antaño, era un frío lugar sin voz, alejado de añoranzas, cuentos e historias. Tomó nostálgico el camino de regreso, sin querer mirar atrás para no avergonzarse de la estúpida decisión de ser humano. Pretendió con todas las fuerzas lanzar un gorjeo, dándose cuenta que le era imposible. No tenía pico, en cambio sí, una boca, que alcanzó a mascullar odio sobre una incubación de hipócritas e irreales. 

miércoles, 10 de diciembre de 2014

AQUELLOS DICIEMBRES...


Bello arco iris

Era como si los astros supieran que había llegado el mes de las sonrisas enmarcadas en el rostro de los niños. Junto con el alba y atropelladamente (como sin permiso), por entre el majestuoso cerro guardián insigne de Copacabana, salía reluciente un sol que desplegaba sus rayos por campos revestidos de surcos, a la espera de reventar la cosecha; se desplegaba por sobre los tejados ennegrecidos de historia en un culto al pasado. Incursionaba sobre la cristalina quebrada y de aquel encuentro amoroso, en el cielo se reflejaba la policromía de un arco iris de ensueño, que las aves engalanaban de gorjeos. Había llegado diciembre.
Las sosegadas calles, se iban llenando de gente; los niños en vacaciones, jugaban desprevenidos a los trompos, bolas, ‘mataculín’ o hacían brincar la pelota de números en partidos sin límite de tiempo, mientras en las casas las mujeres, empezaban a darle vida a la navidad. La gallina tabaca, que se enculecó, pasaba a la olla, para convertirse en plato suculento; la máquina de moler no paraba de girar, destripando en su virar el maíz cocido,  para arepas, el manjar paisa de la natilla y los buñuelos. En fogón de piedra, el carbón de leña traqueaba al compás del fuego que hacía hervir la manteca de cerdo, esperando que unas manos amorosas, depositaran las viandas ancestrales de unidad hogareña.

La niña bella

Se unían las familias para por las de trocha que conducen al campo, buscar entre matorrales, artilugios que le darían vida al pesebre. Gozaban tanto los niños como los viejos. Por la  intricada maraña, se escuchaban cantos que el eco repetía distorsionándolos sin apartarse de la contagiosa alegría, de recolectores de fraternidad y paz. Bajaban de la empinada montaña con costales repletos de satisfacción, allí iban acomodados los elementos que albergarían al humilde niño en su nacimiento, que sería recibido entre villancicos, devoción y rezos por un mundo mejor.     
         

miércoles, 3 de diciembre de 2014

ESA QUEBRADA...


Puente de Imusa antiguo
No es tan fácil desatar los recuerdos. Están adheridos a la mente y mucho más al corazón. Llegan muchas veces sin pedir permiso y en el instante menos esperado. Cuando se halla completamente relajado, con la caricia de la música, van entrando al igual que aquellas visitas llegadas al hogar, a tomar chocolate acompañado de bizcochos y quesito, dejando un grato instante de regocijo y nostalgia a la partida. Cuando las memorias, se acomodan y aflora el ayer, se empieza el itinerario por la ensoñación que nos va llevando de la mano, con extrema dulzura por los senderos recorridos, en que se posó el pie de caminante anhelante, llevado por los impulsos vertiginosos de una juventud avasalladora.
A pocas cuadras del centro de Copacabana y desde la elevada cordillera en que tiene su nacimiento, se desprende entre matorrales, cañadulzales, (otrora trapiches); bordeando casitas enchambranadas y sembradíos, las cristalinas aguas de Piedras Blancas. Para aquellas calendas de la niñez y parte de la bella juventud, era un torrente que se golpeaba inclemente sobre rocas que ya en la planicie la convertíamos en espectaculares charcos, que eran el retozo de la chiquillería para desfogar esa fuerza vital acumulada en el torrente sanguíneo. Fue sin ella pretenderlo, cómplice de nuestras perezas estudiantiles.


El viejo puente de Imusa
La buscábamos para refugiarnos en sus aguas cuando no sabíamos la lección o el temor a la regla, instrumento malvado de castigo del maestro. Esas piscinas naturales, la naturaleza, las llenó de verdor. Eran bordeadas por guayabales a los que se trepaba como micos, para disfrutar de los frutos de vitalización del organismo y calmante del hambre del medio día u, otras oportunidades, amparo para la reunión de amigos para hacer mantecosas chorizadas, al amparo de la luna. ¿Cómo no recordarla? No hace mucho regresé para verla. Los guayabales, se convirtieron en casas y bajo el puente, un hilillo débil de agua pasaba, añorando su pasado arrollador. 
         


miércoles, 26 de noviembre de 2014

MARIPOSA


Mi jardín

La imaginación volaba con la misma forma oscilante del insecto lepidóptero que ama el néctar de las flores. Hacía viajes cortos o extensos llevada caprichosamente por la suave brisa y cuando la lasitud de éxodo le hacía detener, encontraba amparo en alguna piedrecilla que sobresalía de aguas cantarinas bordeadas de verde césped. Buscaba con ansiedad, amaneceres otoñales, en que ninguna nube empañara el azul del cielo, para emprender los viajes agrupados en sus fantasías. Con la fortaleza de sus imaginarias alas recorría espacios colmados de belleza, rincones apacibles predestinados para el embrujo del amor, hogares matizados de nobleza, verdes campos sembrados con manos encallecidas sobre surcos de paz; hombres y mujeres bendecidos de humildad y niños de caras alegres acariciando la edad dorada de los porqués. Cuando encontraba en el trayecto el efecto de su búsqueda, la policromía de las membranas se avivaba en el colorido, formando un arco iris de esplendor. ¡Era todo un paroxismo!   
Desgraciadamente, fueron pocos, por no decir nulos los hallazgos de la fantasía y no pudo acomodar las imágenes del pasado al convulso presente. La alegría de la partida se eclipsó con la amargura de la realidad; la magnificencia del ropaje, se iba deteriorando con el entorno y las alas, se tornaron pesadas.


La belleza

No pudo escapar a la mirada, los campos teñidos de sangre sobre los surcos otrora fértiles, ahora enmarañados y solitarios. Agitó las alas para alejarse. Ya poco respondían. Echó un atisbo sobre los hogares y solo encontraba desunión, libertinaje y materialismo. Los aletazos eran cada vez más débiles y poco quedaba de la brillantez de las extremidades. Buscó el sitio donde el amor se regodeaba, vislumbrando vacíos de sentimientos, comprensión, fidelidad y perdón. Llorando se aferró a un árbol y se dejó morir.         


miércoles, 19 de noviembre de 2014

ERA TAN BONDADOSA


Homenaje al carretillero

Sí, en aquellos tiempos, eran pocos los indigentes que pasaban de casa en casa, pidiendo limosna. Sin que con ello, quiera decir, que no existieran. Claro que los había. Pero podían contarse en los dedos de la mano. Eran conocidos por los habitantes con sus nombres y los alias; cada uno tenía diseñado el día en que comenzaba el peregrinaje con el costal al hombro, tocando la sensibilidad de los corazones. Tenían mucho de cultura, pues, daban los tres golpes en la puerta y jamás, antes de las nueve de la mañana, en que pensaban que todos estuvieran levantados, no era la intención de importunar. Una limosnita por el amor a Dios, brotaba de los labios entre un rostro famélico y unos ojos llorosos penetrantes de ansiedad que conmovían al más áspero corazón. La clemencia no se hacía esperar y cada uno iba dando de lo que tenía y no de lo que sobrara; el acto se convertía en un movimiento callado de la sensibilidad humana y calmante espiritual.
Sonaba el portón que se encontraba entreabierto y Nina el ama de casa, que conocía el débil tocado de unos artejos arrugados por el paso de los años, mostrando su mejor sonrisa, saludaba a ‘Milianita’ que sacando fuerzas de donde ya no existían, cargaba el talego algo más grande que ella. Conversaban igual que dos viejas amigas, le brindaba un humeante chocolate con algo de comer y mientras lo degustaba, le llenaba el costal con pequeñas porciones de un mercado, no sin antes agregarle que orara en sus plegarias por toda la familia para que nunca a ellos les faltara nada y que sus hijos siempre encontraran una mano caritativa en el trasegar de la vida.


Imaginación de un padre

Siempre fue así. Jamás de aquella puerta, se fue un despojado de la fortuna, sin una sonrisa o con la bolsa vacía. Ella, nació para compartir. Grande era el corazón que habitaba dentro de su ser. Sin manifestarlo, reprochaba la desigualdad de las clases sociales, quisiera ver un mundo igualitario y que en la mesa de todos se hallara el alimento ingerido de felicidad y no un mantel que sirviera de pañuelo para enjugar las lágrimas que hacen derramar el odio y el hambre. 


miércoles, 12 de noviembre de 2014

Y CON TODO, TE QUIERO


Desafiando la altura

He estado siempre a tú lado. Recuerdo cuando me viste; estaba semidormido entre el calor de mi madre, algo tocó el corazón y las palabras que dijiste: me lo llevo. Me dolió mucho salir del lado de la que me dio el ser, pero pronto me enamoré de ti; vi que te entregabas a quererme sin restricciones. El rostro es el espejo del alma. En tu cama cuando estaba pequeño, nos divertíamos jugando con las almohadas. Recuerdo cuando la madre nos regañaba, porque volvíamos una porquería aquel escondite de travesuras, descanso y dormilonas. No hacías caso. Gozabas igual que yo. Sabías que éramos dos seres creados por un mismo Ser Omnipotente, con la diferencia de que mi amor es perpetuo, que no distingo entre las buenas y las malas, sí estoy en un palacio o, el más humilde hogar construido con sobras de los que otros botan; no me importa sí la comida es enlatada con etiqueta rimbombante o lo que sobre de la boca de quien me brinda albergue. No conozco el odio, aunque se me halla golpeado por un momento de desesperación, sí me llaman iré meneando la cola, muestra inequívoca de que no guardo rencor y estoy feliz de que se recapacitó de la equivocación. Nadie está libre de errores. ¿Sabes? Me entristece ver cómo arrojan a la calle a los perros que están viejos, después que entregaron su vida a cuidarlos.
La ingratitud es imperdonable.


El cansancio

Esa manifestación del hombre no la comprendo. En nosotros existen diferentes razas y en ninguna le damos cabida, porque sabemos el dolor tan inhumano que depara a quien la sufre. No nos gusta la crueldad, por eso amamos a los niños; los vemos como ángeles enfrentados al salvajismo de un mundo agreste y solitario, en que sólo importa el yo, es cuando nuestra nobleza se acrecienta, para llenarle los espacios vacíos de una casa en soledad, los rodeamos de ternura con retozos y ladridos; nuestra mejor recompensa, es borrar del rostro la tristeza y verlos sonreír.


miércoles, 5 de noviembre de 2014

ANTE LA VENTANA


Amor por la naturaleza

Transcurría el año 1958 disfrutando de una juventud relajada, sosegada y tranquila. Todo lo tenía sin excesos, con lo que bastaba para ser feliz. Gustaba del buen vestir, con ropas cómodas y deportivas, que no eran bien vistas por el vulgo retrógrado de la comarca, pues se salía de las costumbres ancestrales. Él había crecido en un hogar, donde le habían enseñado a tener personalidad; por eso, poco o nada le importaban los cuchicheos de la gente, aunque no dejaba de ser molesto, sobre todo aquel murmullo, en que se ponía en duda la hombría. De ello, queda una anécdota. Alguna señora atrevida, se lo enrostró y con suma delicadeza le respondió: en su buen gusto queda comprobarlo mi sexapilosa señora. La dama se desconcertó, tomando la actitud de perro regañado.
Era la costumbre en aquellas épocas, que el galán visitara en la casa, a la amada Dulcinea, ya fuera en taburetes en los amplios zaguanes bajo la mirada expectante de suegros o de un travieso cuñadito o parado ante la inmensa ventana largo tiempo, en que el cansancio hacía temblar las rodillas; pero, se ha dicho, que el amor puede con todo. Pasaban las semanas en las mismas posturas y cuando los padres notaban las buenas intenciones del enamorado, les permitían a la pareja una salida hasta el kiosco, único lugar en que las damas podían entrar a tomarse un refresco (lo demás eran cantinas); ya allí, el acaramelado pretendiente, pedía para ella una Coca-Cola, un aguardiente para él y unas monedas para echarle al piano. No sé hacía esperar un disco de Juan Arvizu en un bolero sentimental lleno de poesía, enrojecía la cara de la dama y un suspiro entrecortado se dejaba escuchar, manifestación inequívoca de que estaba enamorada hasta más no poder.


Cargando el peso de los años

Hacia el costado sur del parque, a cuadra y media se abrió una heladería. Allí se encontraban cada domingo un grupo de amigos a departir y entre libaciones, notaba él, que siempre en la casa del frente, se sentaba a la ventana una damita, que con disimulo, observaba el grupo; impulsado tal vez, por el licor, se le acercó, tomando la misma actitud de los enamorados. Sentía el mismo cansancio. La escena se repitió hasta que un día no volvió. Sentía que hacía mal, que no debía crear en el corazón de aquella criatura un sentimiento de amor, para después dejarla tirada a la deriva, cuando lo que pretendía era experimentar lo que sentían los galanes en aquellos devaneos a que los impulsaba el dios Cupido. El ensayo jamás se repitió, dándose cuenta que el amor puede con todo. 


miércoles, 29 de octubre de 2014

CACAQUÍA


Copacabana en el año 1960 foto Mario Correa

Cuando se estaba pequeño, se tenía la rara admiración por personas mayores, que derrochaban la imagen de valientes. Eran varios en el poblado, que cada domingo, pasados de copas, se hacían sentir por camorreros. Las cantinas hervían de parroquianos de los más disímiles estratos de la sociedad copacabanita. Se mezclaban en el interior del bar, los olores de pachulí, alguna loción refinada, con la de zamarros y cebolla, de campesinos que se habían descolgado de la montaña a vender sus productos el domingo, día de mercado. En el traga níquel, giraban los discos de 78 revoluciones por minuto al más alto decibel. En un abrir y cerrar de ojos, caían en gran estruendo, taburetes y mesas; muchos de esos enseres, parecieran ser cohetes, pues volaban por encima de los feligreses, haciendo estragos en los espejos que adornaban el lugar.
De las pretinas salían a relucir cuchillos y puñaletas. Se desnudaban de las vainas peinillas y machetes. Confusión, ‘hijueputazos’, pitos de la policía se confundían con el herido sangrante. En muchos de esos tropeles estaba la figura de Arturo Macías (cacaquía o mal hombre), que emprendía veloz carrera, para librarse de ser llevado a la guandoca. Arturo se perdía del pueblo por varios días, se internaba por su trabajo en sitios inhóspitos abriendo carreteras.


Copacabana visto de otra forma foto EL COLOMBIANO

Él, era un reputado experto conductor de máquinas niveladoras, por ello, jamás se encontraba desempleado. Buen amigo del amigo y pésimo enemigo. Nunca lo abandonó el sombrero que lo llevaba con arrogancia; hablaba con picardía de sus travesuras, que eran más, que la devoción por el clero. Era guapo de verdad, pero no hacía alarde. Pasaron muchos años y ya canos mis cabellos, regresé al pueblo de mis recuerdos. En un tabueretíco de cuero, recostado a la vieja puerta de una tenducha, dormido y roncando se hallaba cacaquía, meditando tal vez con su pasado cruento y azaroso, del que salió con vida. Lo miré con respeto y lo dejé seguir soñando.       
      

miércoles, 22 de octubre de 2014

AL PASO DE LA CORRIENTE


Bobo de la plaza de Florez

Había nadado en el charco y sintió cansancio. Por entre enormes piedras pasaba el arroyo de la quebrada que tenía su nacimiento, en la cúspide de la empinada cordillera que salvaguardaba al apacible poblado. En una de esos peñascos descargó el peso del cuerpo. No tenía la edad para discernir sobre los avatares y vicisitudes que el porvenir tendría escondido a su reposada generación. Desde la pequeña atalaya pétrea, veía pasar la corriente de aguas cristalinas, que jugueteaban con las marañas aferradas a las orillas y seguía con la mirada las hojas secas caídas, en la forma en que eran arrastradas, sin que tuvieran capacidad de lucha, para cambiar de derrotero. ¿Será qué así, la humanidad estará al garete, sin dirección o propósito?
De pronto, aquellas hojuelas inertes eran absorbidas por el remolino, en el hueco de unas fauces devorativas que se las tragaba con ansias, sin ser más percibidas por el cristal de sus ojos absortos, entregados a la contemplación del destino en el acontecer de la sabia naturaleza. Todo nacía, crecía y moría. ¿Cuál podría ser el rumbo de su primaria existencia, en el remolino infausto del trasegar, cuando se cambiara el entorno? Mirando a la distancia las vueltas que la corriente hacía en su recorrido, pretendía ir más allá, tratando de descifrar el porvenir, pero se topetaba con un muro infranqueable que le negaba el paso a los pensamientos. Repetía la acción. La respuesta era la misma. Oscuridad. El cielo se estaba tornando oscuro al igual que sus reflexiones, que le daban a entender que la actitud era absurda; visualizar el futuro era imposible para él, que aún jugaba con carritos de madera.

Historia que se va.

El chaparrón no se hizo esperar. Se refugió entre los árboles; al frente el caudal subía y se goleaban los pedruscos ¿Podía ser así el mañana? ¿La vanidad crecería abatiendo a su paso los sentimientos de nobleza en su engreimiento y soberbia? ¿Los juegos sencillos de los niños desaparecerían? ¿La naturalidad de las mujeres con olor a jazmín, sería cosa del pasado? Muchas preguntas, que se iban quedando sin respuesta. Temía que el canje fuera absoluto y que cuando llegara ese trance, estaría viejo incomprendido y obsoleto. Las gotas de lluvia, se confundieron con lágrimas. El arroyo encrespado cruzó impávido ante la presencia del niño, siguiendo el curso hasta el caudaloso río que lo esperaba para absorberlo.     

miércoles, 15 de octubre de 2014

TERTULIAS


Amor al apellido

Después de las 6 de la tarde, en cualquiera de las bancas del parque de la senil Copacabana, eran el sitio de encuentro del grupo de amigos, para departir las comidillas del día, de las cosas más triviales. Se llenaba el ocaso de cuentos, chascarrillos, anécdotas, comentarios de partidos de fútbol y chanzas pesadas contra alguno de los concurrentes, que muchas ocasiones, perturbaba el ambiente, pero, por fortuna, duraba poco y el coloquio regresaba a la normalidad. Aquellas enrevistas se volvieron indispensables, para de alguna manera contrarrestar la pasividad del poblado, que siempre permanecía adormilado encasquetado sobre las costumbres.
Ya la época, había hecho más de la mitad del recorrido. En 1958 en Estados Unidos, se creó la NASA, con el fin de pensar en la conveniencia de encontrar dentro del espacio, un lugar habitable. Fue entonces, cuando después de varios viajes no tripulados, el cohete Apolo Xl, conducido por Neil Armstrong, dejó posar sus botas, sobre lo que antes era inspiración de los poetas. La luna fue violentada en toda su belleza, por el hombre. Aquel inverosímil espectáculo de la ciencia, llegaba como anillo al dedo, para los contertulios pueblerinos, que incrédulos disertaban aceptando o refutando la veracidad del hecho. Ya no se comentaba la trivialidad del movimiento del entorno. No. Era la galaxia, la estratósfera. El infinito. Las conjeturas saltaban por encanto del grupo heterogéneo; unos se dejaban arrastrar igual que hojas en la borrasca, por apasionamientos sin sentido, otros, recitaban lo ya expresado en cuartillas de periódicos y algunos más, dejaban volar la imaginación, que lo hacía ver un futuro confuso.

Casa de mi padre en Copacabana 1952

Una tarde llena de arreboles, que enrojecían las tapias de cementerio y los rostros del grupo, el soñador de aventuras espaciales, fue creando una imagen de lo que llegaría a ser en el futuro del sueño de las potencias. Decía: “sé llenará el espacio de naves espaciales, que tendrán puntos de acondicionamiento para ir avanzando hasta encontrar el lugar en que el hombre pueda vivir con agua y oxígeno. No importa, la ciencia. Es el poder. La nación que logre la hazaña, irá creando su imperio fuera de la tierra y ya constituido, hará la guerra con el poder avasallador de un amo cruento.” Todos quedaron callados. Hoy todavía, los cohetes surcan el espacio llevando escondido el verdadero propósito.
 


miércoles, 8 de octubre de 2014

LA VÍSPERA


Banda del Instituto San Luis Copacabana

El mes de agosto era esperado con ansiedad por la chiquillería y, hasta por los mayores, por aquello de los vientos, de igual manera, por la celebración de las fiestas patronales. El Sitios de la Tasajera (nombre antiguo que llevó Copacabana), la culpable de que éstos recuerdos subsistan. Las corrientes fuertes del aire, se prestaban para que las cometas, se treparan como bellos ángeles de papel, sobre el azul celeste del cielo, seguidas desde abajo, por las miradas sonrientes de triunfo del niño, que en sus manos asía con fortaleza el cordel, ligazón entre él y el espacio, invitándolo a volar sin alas empleando el artificio de la imaginación.
El 13 de agosto, día anterior de la adoración del pueblo a su bella patrona, la Virgen de la Asunción; el templo era removido por chucho (Jesús Arango), buscando la forma de embellecer la angelical matrona celestial: flores que habían sido cultivadas con amor en la agreste montaña, por manos callosas de campesinos devotos, se amontonaban perseguidas aún por las abejas. Las hijas de María, entraban y salían con la pulcritud de almas limpias en apoyo de la parafernalia del instante; las damas distinguidas, le daban vida al anda que llevaría a pasear a la patrona, por las estrechas calles, en que una multitud fervorosa le cantaría, al ritmo de las camándulas, amortiguadas por las cachirulas, mantones y pañuelos. En el templo, chucho, dejaba caer desde lo alto, largos ropones con ese azul incólume del manto virginal, que engalanaría el santuario, en que permanecía todo un año para ser venerada. El recogimiento, brotaba por los poros y la sangre hervía en religiosidad en un pueblo de mansedumbre histórica.


Parque principal de Copacabana 1954

El atardecer diáfano y refrescado por la brisa, se iba aglutinando de parroquianos bajados de las veredas, las cantinas eran un hervidero, los niños correteaban por entre las bancas; la banda de músicos iniciaban la retreta con aires autóctonos, mientras los polvoreros se aprestaban a dar rienda suelta a la pirotécnica. Las jovencitas quinceañeras salían a mostrar que se habían subido los tacones y sus piernas estaban acariciadas por las medias veladas; síntoma, de que podían ‘arrimar’ novio a la casa. Cohetes multicolores y estruendosos surcaban los aires iluminando los rostros de manera fugaz, hasta que hacía aparición “la vaca loca”: recámaras, voladores y tacos, salían sin control; por el piso, quedaban tirados: pañolones de viejecillas rezanderas, sombreros y hasta ruanas. Los zapatos nuevos de las jovencitas, de diferentes tamaños, eran una serie de artículos inservibles y de la prenda delicada que cubría las piernas torneadas, eran jirones recubiertos de lágrimas.



miércoles, 1 de octubre de 2014

LOS PELUQUEROS


Pasaje comercial de Copacabana

Es a principios del siglo XVII que comienza a mencionarse en los documentos a los peluqueros, aunque podemos considerar el tensor romano, barberos y fabricantes de pelucas en la Edad Media en Occidente, como verdaderos peluqueros en el sentido de peinadores. O sea pues, que el honorable empleo, es bastante antiguo. Alguna ocasión leía, que cuando se llega a un lugar por primera vez, es bueno para conocer el sitio de original mano, ir a la peluquería pues ya muellemente acomodado en la silla, el fígaro se comporta como hiciera mucho tiempo te conociera; a cada tijeretazo te va narrando la historia de la comarca y en menos que se persigna un cura ñato, estás enterado en que territorio te encuentras. Son unos verdaderos guías turísticos sin el mayor costo.
En la otrora apacible Copacabana, hoy, con ínfulas de metrópolis y con el vicio de derruir el pasado, en la calle principal (calle del Comercio), estaban empotradas las peluquerías del pueblo, pequeños cuartos con la parafernalia requerida para el oficio de desmontar copiosas cabelleras o a hacer milagros con los cuatro pelos de un engreído calvo. Al entrar, se sentía el olor a talco de bebé, alcohol antiséptico y a piedra lumbre, que se restregaba por donde la barbera había pasado con su filo de bisturí, dejando algunas muescas con hilillos de sangre, para evitar males posteriores o la infame tiña. Don Jesús González, dejó la ciudad de Medellín y se instaló en el Sitio, trayendo nuevos cortes de cabello, aparatos más modernos, lo que llamó la atención de los citadinos.   


Almacén antiguo de Copacabana

Un hombre serio, de hablar pausado y de largas historias. Víctor Gallo, alto de complexión gruesa, en que no podía faltar un inmenso tabaco en la boca, a medida que iba haciendo la gestión y narrando los hechos acaecidos de la noche anterior, dejaba caer partículas de ceniza sobre el pulquérrimo lienzo que envolvía el cuerpo del cliente. No perdía lunes, para sus libaciones etílicas acompañadas con damiselas en lo que se llamaba Las Camelias. Eleuterio Rivera, personaje más bien salido de un cuento de terror. Tez trigueña, cabello ensortijado completamente blanco; arrugas profundas en el rostro y sobre todo aquel raro contraste de las antiparras. En uno de los ojos, el lente, estaba completamente empañado, para evitar que el vulgo detectara que allí, no existía sino la cuenca y en el otro, estaba despejado de vidrio, quizás por ello, era poca su clientela. El más bello personaje de los barberos, lo era, don David Carvajal. Viejo alegre inundado de historias. Hizo del oficio, la manera de que los enfermos y lisiados, encontraran el modo de mantenerse bien rasurados. Cogía su bicicleta y en la parrilla, cargaba los instrumentos y casa por casa prestaba el negocio. El primer peluquero de servicio a domicilio; mucho de caridad y de visión. ¡Oh tiempos!       




miércoles, 24 de septiembre de 2014

A MALA HORA


Araña

Se ha resaltado a través del tiempo en éstos escritos, la paz conventual que se respiraba entre los pocos habitantes, del idílico lugar encasquetado en la agreste montaña, circundado por un río y atalayado por la elevada torre de la iglesia; eso era Copacabana la tricentenaria población, que el conquistador español Jorge Robledo fundó, para dejar allí, un sembrado de honestidad en sus gentes. El trabajo limpio de hombres laboriosos, mujeres igual que manojos de flores silvestres, recatadas, pulcras, esposas fieles y madres apasionadas en la crianza de sus hijos; orgullosas en su preñez. El templo, era el lugar de encuentro matizado de oraciones exhaladas entre ruanas, cachirulas, mantones y genuflexiones. Las dos escuelas para diferencia de géneros, eran los castillos que albergaban a los niños, para continuar la preliminar educación hogareña, por unos maestros íntegros, que depositaban su saber con torrentes de amor. Las clases se iniciaban con una plegaria. En aquel pedacito de cielo, se respiraba paz. Todos se saludaban, era la constante; pareciera, por la similitud de los apellidos, que fueran familiares: Cadavid, Jiménez, Montoya, Zapata y Rivera. El aguardiente, era el único vicio, de eso daba cuenta, el aforo de las cantinas en los días domingo y festivos.
El viejo taita decía socarronamente: “de eso tan bueno, no dan tan bastante” y…vaya sí tenía razón. Por allá el año 1948 del pasado siglo, un viejecillo de apellido Álvarez, carpintero él, descargó los corotos en frente de la fábrica Andina y con ellos, sus dos hijos; sin saberlo, estaba descargando a la par, la maldición de la droga, en papeleticas mal olientes.


Banda de músicos de Copacabana

Sus retoños, empezaron a distribuir entre una juventud ignorante y tal vez ávida de aventuras, la marihuana en pequeñas dosis. Muchos cayeron en la trampa y se les veía pasar en grupos, para consumirla en la soledad del cementerio, en la oscuridad de un rincón en un callejón o en las cercanías de la plazuela de San Francisco. La “traba”, la llevaban a pasear a las cantinas y con una leve sonrisa en el rostro, disfrutaban de Daniel Santos y Celia Cruz, con el yerbero moderno, que aquellos “jibaros Álvarez”, les habían enseñado a regocijarse.


miércoles, 17 de septiembre de 2014

PENSAMIENTOS CRUELES


La elegancia de Francisco Mejía Arango

Aquella paz imborrable vivida en el hogar, en que unos padres habían entregados sus vidas a brindar enseñanzas, a hacer derroche de amor, infiltrando con caricias, besos y ejemplo el líquido de la sabiduría para que se irradiara por los torrentes de la sangre hasta la conciencia; estaban sometidos a los vaivenes del deterioro de los años. En sus cabezas se notaba, al haber desaparecido el azabache de sus cabellos, para convertirse, en copos de nieve descargados implacablemente por el peso de una larga existencia. Algunas furtivas lágrimas, se escapaban en horas de soledad y ensoñación. Se amaron sin reservas, ni restricciones. Compartieron unidos alegrías, sufrimientos, el dolor del uno era compartido y el rezo unía sus almas en una piedad sin engaño ni afectación. Iban apareciendo los olvidos, la lentitud en el andar, arrugas que tasajeaban inclementes los bellos rostros y el cansancio. Era lo natural en el recorrido de la existencia.
El hijo, que aún imberbe, veía de soslayo el deterioro por miedo a mirar de frente, la realidad de la implacable corrosión de tiempo, en aquellos bellos seres que él amaba entrañablemente. Siempre había tenido la idea, que eran inmortales y que eternamente, llenarían su espacio interior y exterior, con el bálsamo consolador del amor sincero, que irradiaban sus corazones, creados para calmar las vicisitudes de la adversidad, en el trasegar de la existencia del retoño instituido con sentimiento puro, para alegrar el hogar, castillo de virtudes de épocas otoñales. Comenzó a entender que el contexto era diferente a lo que le dictaba la imaginación, que debía aceptar  lo instaurado por las leyes de la creación.


Nina Vélez Muñoz

Cada amanecer corría anhelante para constar que sus corazones palpitaran dentro de los pechos y que la voz cansada, llenara de arrullos por entre las flores del jardín, el idílico romance mullido de caricias fraternales en los deleites de un hogar construido con besos. El paso melancólico de los días, le comunicaban, que no andaba lejos, el final del contubernio glorioso de seres infinitamente amados. Callado y sin ánimos, escuchaba los disentimientos de la razón. 


miércoles, 10 de septiembre de 2014

DESILUSIÓN INFANTIL


La naturaleza en miniatura

El desengaño no es un monopolio de la vida; ella, para a hacerlo, está colmada de infinidad de espacios multicolores de felicidad. Sí hiciéramos una mirada retrospectiva y cronológica de los hechos acaecidos durante el existir, notaríamos, que son más los placenteros que los ingratos. Se ha concebido la infausta actitud de resaltar envueltos en lágrimas, lo peor del recorrido de la vida. Esa constante, crea en el interlocutor desprevenido, el sentimiento de lástima, conmoción vulgar e inaceptable del ser humano y para el creyente fervoroso, la ingratitud ante el regalo de un Ser Divino, que trascendió el espacio para colmar de bienes a todas las generaciones.
La felicidad, está, en las formas más sencillas, sin artificios, ni composiciones; se halla en la mirada del paisaje, en el encuentro con el ser amado, el despegue del ave para remontarse al espacio infinito, en el colorido del pequeño pájaro que entona trinos en la jaula del universo; se acumula en el corazón al beso de la madre agrietada de arrugas por el paso de los años, en la risa ingenua del niño al soplo de la brisa, cuando sus pies dan el primer paso; se encuentra esparcida en el alma, al calmar el dolor ajeno. La placidez encubre con su manto esplendoroso, los asomos de los aciagos vestigios del dolor material e inmaterial, para convertirle en partículas que el amor coadyuva al exterminio. Cuando la niñez estaba ataviada de maleta llena de cuadernos, del aro que servía para veloz carrera y de maestros gruñones, llegó la primera instructora a sentarse en el pupitre del frente. El corazón se enamoró de la dulzura de la voz, los ademanes femeninos y del lunar seductor que adornaba la nariz.


El pasado en ruinas

La señorita Marina, había logrado despertar el apego del impúber, que antes, rechazaba la escuela. Corría como un venado para ver el “amor de sus amores. Duró poco el sentimiento ingenuo. Una calurosa tarde, miró por la hendija de la puerta del consultorio del dentista, allí, estaba su amor platónico encaramada en la silla en los brazos del sacamuelas. Sus ojos la vieron tan fea como una bruja; su hermoso lunar…una verruga estrambótica. Lloró, llanto que desapareció, cuando sacó del bolsillo la bola cristalina y empezó a jugar con Hugo el amiguito.