MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

A LA DIFERENCIA


Naturaleza casera

Eran de ensueño la temporada de diciembre. Los astros pareciesen se alineaban al compás de la alegría, bellos, refrescantes los amaneceres; románticos y ensoñadores el caer de la tarde. El espectáculo, se convertía en marco diáfano que encerraba a plenitud el sosiego de los espíritus. La costumbre ancestral de noche buena, reunía toda la familia alrededor de la paila de cobre para revolver con el mecedor, hasta darle el punto, al manjar llamado natilla, que acompañada de los buñuelos, se convierte en el plato tradicional de los hogares. No se quedaba ahí, empezaba una peregrinación de casa en casa; los hijos menores se convertían en mensajeros de amistad, llevando a los vecinos el dulce sabor de la cordialidad.
Por aquella época hacía su aparición la tía solterona a pasar las vacaciones, entre refunfuños de su carácter altivo, se tomaba por su cuenta la cocina. Con sus manos blancas, hacía que fueran brotando manjares azucarados de diferentes frutas y hasta de las cáscaras, como aquellas del limón, se convertían en apetitoso plato que el paladar degustaba acompañado de sorbos de leche, haciendo olvidar el perfil arrogante de la familiar, que a las claras denotaba el orgullo por la baquía en aquellos menesteres. No hay feo sin gracia y bonito sin tacha, reza el refrán.

Naturaleza hogareña

La mesa del comedor, se convertía en una exhibición de exquisiteces de almibares de ancestrales costumbres, en que platos de natilla sobresalían por su contextura, blancura unos, otros más oscuros; los que venían con un toque de canela y los que llevaban coco molido cada uno acompañado por buñuelos de diferentes circunferencias, llegados de las casas vecinas, en una demostración de amistad y espíritu navideño, con aquella expresión del niño: “Doña Nina, que ay le manda mi mamá esa bobadita.” De aquella bella costumbre hoy, no queda nada. 


miércoles, 9 de diciembre de 2015

EL AMOR POR LOS ANIMALES


Antiguo tranvía de Medellín

Eran esas épocas doradas cuando la vida se tomaba como un juego. Indiscutible que el torrente sanguíneo emanado de los ancestros campesinos, no tuviera que ver con el amor desbordante por los animales. Cualquier especie que pasara ante los ojos, agitaba el corazón, queriendo adoptarlo para que hiciera parte de la vida. Andaba con la maleta al hombro llena de libros, despreocupado, el cabello erizado, lleno de ilusiones y el cerebro embotado de fantasías. Siendo aún muy pequeño, golpeaba la tranquilidad del padre, rogándole para que le regalara un perro que fuera su compañero en las travesuras y corretear como locos por los espacios baldíos dejados por la pasividad del tiempo.
El primero llegó en el bolsillo del saco del padre, en verdad que era hermoso. Duró poco. Se volvió agresivo, sólo la madre podía darle la comida; optaron por dárselo al señor que nos traía los bultos del carbón, quien a la próxima entrega contó que el animalito era sordo y así uno tras otro fueron llegando de distintos pelajes, tamaños y razas a ser compañeros en el devenir mostrando, que la fidelidad es fuente inagotable en cada uno de sus actos, sufren y son felices a nuestro lado, nada más les importa. Mirto, un perro con algo de pastor, estaba posesionado del ambiente familiar, se veía a las claras el orgullo de su pelaje; pepe el gato, roncaba mirándolo de soslayo. 

El actual tranvía de Medellín

Llegó el día en que uno de mis amiguitos de escuela, campesino él, regaló un par de conejos y de curíes, estos, un día ya no estaban, hicieron un túnel que los llevó a la libertad mientras los cobayos se reproducían alegremente. De una quebrada cercana un pequeño pez fue extraído y haciendo en el patio trasero un hoyo cubierto con agua, se convirtió en la morada del nuevo amigo ante la mirada incrédula del padre, extrañeza del perro y la codicia del gato.     

miércoles, 2 de diciembre de 2015

HUBO UN TIEMPO


Luces de diciembre

Corría el meridiano del siglo pasado, el acontecer exhalaba otro ambiente. Los hogares, seguían los ritmos de una batuta que ejecutaba los movimientos, con el saber del corazón y la responsabilidad. Existían escuelas y colegios en que se enseñaba primero la honradez, que a contar el dinero, el respeto antes del poder. Las aves trinaban sin asfixia, el verde de los campos era el color natural, la nieve era perpetua, el agua corría a raudales; los niños jugaban ingenuamente por la cornisa de la imaginación. Las reuniones familiares, eran un festín de aprendizaje en donde los lazos de amistad, se ligaban hasta el pretérito. Para aquel entonces, las fincas enchambranadas eran sagrario de la heredad, reposo del carriel, ruana, machete y dados que rodaban lanzados por las manos callosas del campesino labrador de sueños e ilusiones, hoy, convertidas en lupanares de orgías promiscuas irrespetuosas del abolengo.   

Alegría de diciembre

Por las calles se caminaba con la cabeza en alto, llevando siempre una sonrisa al encuentro del trabajo honesto, sin negar un saludo a quien en la travesía se atravesaba. Simple gesto de urbanidad. Los asilos, eran lugares casi ociosos, pues las familias adoraban a sus ancianos ellos, representaban la hidalguía acumulada en el venerable patriarca, de caminar lento atiborrado de historia, que al narrarlas quedaban marcadas en el alma.
La niñez, correteaba alegremente fuera de temores, sin encontrar al paso libidinoso hambriento que mancillara la castidad de los sueños y borrara por siempre, la expresión de alegría en la faz angelical. Era satisfactorio, llegar al hogar perenne en que irradiaba el amor encasillado sobre el ejemplo y ser recibido en los instantes de angustia, por unos brazos de comprensión, prestos irrestrictamente a brindar ayuda. Hermosa y despampanante la lozanía de la mujer, maquillada por el poder de la naturaleza e irreprochable el donaire con que matizaba la pulcritud de su dignidad.     


miércoles, 25 de noviembre de 2015

1560 KILOCICLOS


Naturaleza viva

Se van los recuerdos hasta la época de los 60. La emisora RADIO COPACABANA, había sido inaugurada. Empezó en el segundo piso de lo que se llamó, la Casa Consistorial, donde en el pasado funcionaba la administración municipal; un pequeño cuarto entablado y muros de bahareque. El transmisor quedó instalado en el barrio La Azulita y la antena (una guadua), se incrustó en el morro del cementerio, a pocos pasos donde muere la vanidad. Un alambre de timbre, recorría debajo de los alares, desde allí, hasta el estudio, dándole vida al sonido en el radio hogareño. Aquella pequeña maravilla radial, sin ínfulas de grandeza, se instauró con el afán de culturizar a un pueblo semidormido, en la placidez de su pasado.
Por los tornamesas giraban discos de acetato, en que venían programas grabados de cadenas internacionales, así mismo, música de grandes compositores, no podían faltar, los de 78 RPM, con melodías variadas, haciendo énfasis en el folklor colombiano. El grupo humano que laboraba, estaba impregnado de amor por el terruño, haciéndolo de manera desinteresada y poniendo el corazón en cada audición. Muchos de ellos ya muertos, los demás, olvidados. A Miguel Cueca, director artístico, se le metió entre ceja y ceja crear un grupo de teatro con obras costumbristas; con el elenco neófito en lides actorales, se iniciaron los montajes.


Luna de noviembre 2015

 Con obras de ilustres escritores antioqueños se llenaron las transmisiones hercianas, con el afán irrestricto de no dejar morir en el olvido, las costumbres, el dialecto de la vida cuotidiana de un pueblo aferrado a las breñas de la hidalguía.
La felicidad de todo aquello, llegó al parasismo, cuando se lanzó Tiempo de Sequía de Manuel Mejía Vallejo. El escritor nos honró con su presencia. El aguardiente rebosaba las copas. Él, lo prefería en vaso para saborearlo, mientras se escuchaba la grabación; al terminar, recibimos los actores las felicitaciones y un fuerte abrazo del maestro exclamando: “¿Cómo con tan poco, lograron ésta magnífica adaptación?” Se refería a lo exigua tecnología con que se contaba. Nadie en el poblado lo recuerda, es otra página que entró en el olvido.               
 

miércoles, 18 de noviembre de 2015

AQUELLOS DICIEMBRES


Cuando se disfrutaba

Se venía de la temporada invernal del mes de las ánimas, denominado así a noviembre. Por las majestuosas cordilleras que salvaguardan a Copacabana, se empezaba a iluminar con amaneceres diáfanos las callejuelas, los tejados encubridores de historia, la blancura del templo; las aguas cristalinas de la quebrada, daban visos al igual que un calidoscópico, girado por la naturaleza. La brisa que despertaba las alboradas, venía con rumores y la frescura de otros lares, paseándose sensualmente cual bailarina voluptuosa, por entre la arboleda y la palmera que engalanaban el parque y hacían danzar con su soplo, los chorros de agua brotados de la fontana. Por los solares se escapaban los villancicos perfumados de humo, salidos de las cocinas en el atarear de las pulcras manos de las madres bonachonas y amorosas.
La tierra se cubría en verde de todos los matices y reventaban de los capullos flores policromas, que llenaban de aroma los senderos, abasteciendo de néctar a las abejas y alegraban el revoletear de los pájaros que entonaba alegres trinos; el ojo del hombre se extasiaba y el oído se embriagaba con los acordes. Había aparecido la majestad de la alegría. Diciembre.  
La calma, sello del poblado, se iba convirtiendo en la algarabía con el juguetear de los párvulos.



Mi hermosa madre y Horacio

Por los caminos polvorientos que unían las veredas, se movían las romerías con viandas en son de paseo, tras  la búsqueda de ingredientes de la naturaleza, que hiciera hermoso el pesebre hogareño; se aprovechaba el instante en la recolección de leña, que ardería debajo de la paila de cobre, mientras en el fondo de ésta, en borbollones, la natilla tomaba forma, tras el girar del mecedor agitado por brazos anhelantes. En el fondo de la cocina, manos artísticas redondeaban la maza para los buñuelos, que danzaban dentro de la manteca hirviendo. La unidad familiar se rubricaba con la ingestión de estos manjares y con la novena al Niño Dios.                

miércoles, 11 de noviembre de 2015

LOS HIJOS AL GARETE


Deshechos que dan vida

Salirse de los esquemas en que fue diseñada la órbita de la creación, es un atentado funesto, que da un salto acrobático hacia el pasado, en el que la destrucción llegó al Valle de Sidim, como consecuencia del empotramiento de desmanes, orgías e incontable parafilia; el fuego y el azufre cubrieron a Sodoma y Gomorra y la desobediencia se convirtió en sal. El consumismo y las modas se inyectan en el cerebro haciéndolos ver como algo necesario; el vulgo se lanza en procura de lo absurdo enceguecido, sin meditar, que rueda a la perdición.
Los niños nacen siguiendo el mandato de la creación, no existe otro, que remplace el acto sublime del nacimiento de una nueva vida; hombre y mujer, fueron instituidos para llevarlo a cabo formando un hogar, principio de la familia y pedestal de la sociedad. Cuando el ambiente se enrarece con ideas y costumbres abyectas, el devenir se oscurece con negros nubarrones, proclamadores de angustias, zozobras y caos. Hay quienes nacen y otros que se hacen; los que de la naturaleza emergen fuera de contexto, se deben admitir y respetar; no así, a los que  se innovan, emergiendo en forma de plaga maligna creando cofradías antinaturales, que confunden la armonía del entorno, para satisfacer el cúmulo de aberraciones de mentes pervertidas.



¡Ogros multiformes y despiadados!
Las mentes diáfanas de pequeños seres, se invaden de confusión, cuando leyes inversas a la realidad, los van llevando al camino de la inadaptación, incredulidad y frustración. Todos como borregos, saltan a la palestra con aullidos de aceptación, por el temor de ser reconocidos como anacrónicos, ante la vorágine de la insensatez. Nadie, ante lo absurdo, se ha dignado a preguntar, ¿sí los niños, tuvieran la capacidad de decidir, qué opinarían? Acaso, ¿Esto no es un abuso?    


miércoles, 4 de noviembre de 2015

SE HA LLEGADO A LA VEJEZ


Antigua casa de Copacabana tirada al suelo
Alegremente se inició el enigmático viaje por la geografía de la vida; se pensó en primera instancia, que no era indispensable, cargar la maleta con ingredientes inútiles, pues se convertirían en estorbo y sobre peso durante la jornada. No se estaba seguro, sí tuviera retorno al punto de partida. Echando mano a las experiencias ajenas, a, aquellas que los padres, narraban en las charlas hogareñas, bautizadas como consejos, se inició la trashumancia hacía lo desconocido; lo abordó por aulas de escuela y colegio, no encontrando acomodo y sí temor ante la frase: “La letra con sangre entra”, alejose antes de que la regla, quedase marcada en los glúteos y un halo de frustración se acomodara rampantemente, durante el resto de la expedición. Siguiendo la jornada, un día apareció entre los vaivenes avasalladores de dudas, espirales sexuales cubiertos de cabellos suavemente perfumados, rechazos, perturbadores delimitadores del sueño y constantes vacíos. La confusión deslindaba los espacios de aquella etapa a la que la jornada lo había conducido, estaba anclado en la vorágine de la pubertad; deseaba adormecer los conflictos internos, con el tintinear de las copas que deslizaban embriagante brebaje, que por instante, apagaba las angustias.
La pesadez de errores, desafueros y excesos, fueron cediendo ante el paso imperioso del tiempo.


Arriero de Copacabana
Algo cansado, se fue internando por un lugar en que el blanco, era el color sobresaliente. Níveo eran los pensamientos y tan claros los recuerdos, que podía ver con exactitud lo acaecido en la etapa de la partida, tanto, que escuchaba el aire elevando la cometa; sentía el olor característico acogedor del hogar. Sentado sobre una piedra, empezó a ir borrando de su segundo viaje (aquel de los excesos), los derroches, ambiciones, la sexualidad quimérica, el afán de sobresalir; emprendió a tomar de todo el recorrido las experiencias, cual doncellas caprichosas, abanicaban la conciencia. En la lasitud del instante, se apoltronó a esperar el fallecimiento de la última neurona.   


miércoles, 28 de octubre de 2015

LOS CAMBIOS DEL TIEMPO


Virgen del Pilar en las calles de las Palmas

Echando una mirada retrospectiva sobre el tiempo azuzando los sentidos, encuentra cuan distinto era el devenir de lo cuotidiano. El verdor matizaba el entorno, dándole nacimiento al agua procreadora de vida, sobre la copa de los árboles, las aves anidaban en un festín de trinos frugales, que el oído humano degustaba dulcemente; las semillas reventaban en los arados de tierra fértil al amparo de manos callosas y clima bonachón que sabía de siembra y de cosecha. Los astros embellecedores de la tierra, sol y luna, salían a divagar aprovechando la claridad del firmamento, cumpliendo lo establecido, el sol calentaba, la luna enamoraba. 
El bautizo, era con agua y con ejemplo; el hogar estaba cimentado en normas que despejaban el camino para llegar hasta donde esperaban los derechos; la escuela era el paso al segundo cobijo y los maestros unos apóstoles paternales, continuadores de la majestuosa obra de la formación de criaturas colmadas de interrogantes, anhelos, picardías y galimatías. Al entrar al aula se topaban con el Cristo de manos abiertas y el compañerismo se sellaba unido al rezo. Al terminar la jornada estudiantil, se emprendía el regreso al refugio hogareño, en que la puerta la abría la madre con una sonrisa y un sinfín de preguntas, invitaba a la mesa en que un chocolate humeante acompañado de bizchos y quesito, recuperaban las fuerzas perdidas.

No importa quién me vea

A la serenidad de ese entonces, le fueron apareciendo lápidas pustulosas que degradaron el ambiente. La mujer, signo de ternura, se lanzó a la igualdad, faltándole poco para orinar parada, la imperturbabilidad del hogar empezó la cojera y los resultados han sido funestos; a los niños futuros de la humanidad, al nacer, se les llenó de derechos, incitándolos a la rebeldía desde los balbuceos. En un rincón olvidado, yace la chancleta enderezadora de la desobediencia y forjadora de personas para construir un mundo mejor.      

miércoles, 21 de octubre de 2015

EVOCACIÓN


Documento de posesión del tranvía de mi padre.

La antigua ciudad de la “Tacita de plata” (Medellín), conservaba la pasividad de aldeana por la década de 1920; el añorado padre, había abandonado las alpargatas aún untadas de mortiños y con olor a rastrojo, para calzar las botas ciudadanas. El tranvía rodaba por los rieles de un lado a otro, con la imponencia y altivez de un ser superior. Sobre ese vehículo extraño, se parapetó el cuerpo del campesino de antaño, que había recibido la bendición de la administración, para ser su conductor, a ello lo llevó su educación, el postín y la honorabilidad.
La carrilera se extendía uniendo barrios y acercando el centro; el campesino de ayer, era el orgulloso motorista que le daba vida al moderno trasporte al que el aire y la luz, acompañaban en el recorrido. Dos niños hijos de aquel movilizador de esperanzas y elegancias, lo esperaban a la vera con el corazón henchido de emoción, para que les diera una “palomita” (vuelta), ya fuera de subida o bajada del empinado barrio, en que estaba anclado el venerable hogar en que anidaban, presumiendo a los amiguitos de ser los retoños, del elegante conductor ya fuera del coche rojo o el canario, como se denominaba al del color amarillo. Fueron tiempos exquisitos de un pasado memorable, difícil de olvidar, en que la gente de la ciudad no sufría de angustia y morían llenos de dignidad.

Patente de motorista para manejar el tranvía.

Un mal día, las calles se silenciaron. No se escucharon más, el ruido de las ruedas aferradas al riel serpenteante, la campana avisadora apagó la sonoridad, el corazón de las gentes extrañaban nostálgicas el saludo de aquel motorista, que los invitaba a subir lleno de cortesía; los niños, no volvieron a llenar los bolsillos de tapas de gaseosas para ponerlas en los rieles y ser machacadas por el peso avasallador del vagón, las catenarias no ligaban ningún punto. Un amanecer los rieles no se veían, fueron sepultados por el asfalto, aquel bello trasporte se recostó sobre el olvido, al igual que los hijos del motorista llegado de la pasividad del campo.          



miércoles, 14 de octubre de 2015

LAS FINCAS


Historia de lo que ya no es.

La mirada se posaba sobre las laderas de la empinada montañas, extasiándose sobre la blancura de la habitación del campesino, allí, dónde reposaban los ancestros, cobijados en la ruana, la hidalguía y la belleza pulcra y fiel de sus hembras. Un remanso de paz aferrado a la tierra, paisaje y laboriosidad. No tenían contacto con la superficialidad, las arandelas siniestras de la lascivia, eran seres creados para vivir al natural; los sueños y las oraciones, se marchaban al alba unidos en el humo encasillado en la chimenea cuando en espirales, salía a buscar la inmensidad. Por las alcobas rondaban los espíritus del bien atados por hilos invisibles de humildad y señorío, que salían al crespúsculo al corredor enchambranado, a ver morir el día bajo la luz mortecina de un candil, el revoletear de las luciérnagas y los aires melancólicos del tiple viejo, ejecutado por las manos callosas del patriarca, que a sus acordes, extraía con nostalgia, el valor impecable de su raza.
Fueron apareciendo los giros violentos del entorno, con ellos, la degradación, la ignominia y a la par los proxenetas disfrazados de altruistas vendedores de turismo ecológico, que despojaron del espléndido lugar decorado de orquídeas, azaleas, bifloras, que crecían al amparo de frondosos siete cueros y arrayanes las sanas costumbres, el carriel con sus bolsillos secretos en que se guardaban la honorabilidad de toda una estirpe.

Monumento de la raza antioqueña.

La paz conventual que rondaba por el caserón, forjado con la argamasa de ternura, amor y barro pisado, se despidió con llanto; apareció el bullicio, el sexo insaciable; se descolgó el cristo de la pared, el carriel de nutria, la ruana, los cuadros de los ancestros, para darle cabida a las bacanales; la orgía ignora que aquel lugar fue templo de virtud, mansedumbre, castidad y refugio de la familia forjadora de grandeza. Ya las aves no anidan en la copa del frondoso árbol, para que los pichones, no se contaminen de corrupción, el bambuco canta sus nostalgias a la vera del camino en desbandada buscando refugio, los insignes antiguos moradores huyen a habitar cloacas en la ciudad a ver morir su hidalguía.      
            

miércoles, 7 de octubre de 2015

NOSTALGIAS


Al amparo de la naturaleza

Al hacer un balance del ya largo recorrido de la vida, con cabeza fría, se encuentra con la sorpresa de que son mucho más, los buenos intervalos acaecidos, que los oscuros tenidos que soportar. Pero es una bárbara costumbre, que en la memoria, se instalen a sus anchas las angustias; las sacamos a cada instante a desempolvar, crueldad que nos apropiamos para azotar el sosiego, la tranquilidad y la paz. En las escapadas por el túnel del tiempo, es bueno aterrizar la nave sobre los instantes apacibles disfrutados y descender las escalinatas una a una, desprovisto de temores, para que el disfrute no sea empañado por aflicción perturbadora, que conturbe la estadía quimérica sobre el pasado vivido. Al echar la mirada anhelante, se podrá ir viendo con claridad los retozos de Mirto el perro obediente, comprensivo y compañero de travesuras; se podrán ver caer los frutos desde la copa de los árboles, en las tardes de arreboles y escuchar los gritos de los dueños del predio, instigando al desalojo, se sentirá el jadeo de los imberbes tras la huida; se volverá a escuchar en el paseo recordatorio la voz pausada llena de alegorías de don Jesús Tapias, el maestro insigne, que dejó la huella de la honorabilidad tatuada en el alma. 
Se encuentran en el delicioso recorrido, voces amigas que salen al paso a darte la bienvenida, pronunciando palabras cariñosas, mostrando que no te han olvidado.


Armado hasta los dientes

Sabes que no puedes retornar, sin antes de rastrear las huellas dejadas en el hogar que te brindó cobijo. Al abrir el portón, un aire fresco que se quedó dormitando sobre el mullido espacio, invita a seguir. El jardín cultivado por las manos amorosas del patriarca, aún despiden fragancia y alguna que otra lagartija retoza sobre las flores; se siente el aroma del café proveniente de la cocina que unas manos tiernas, te darán de beber, añadiendo un te quiero. Quieres suspender el tiempo, permanecer allí por siempre. El histórico reloj colgado en la pared ha dado la última campanada sonora. Debes regresar.                

miércoles, 30 de septiembre de 2015

VENDEDORA DE VELITAS


Amistad sin colores

Transcurría esa hermosa época en que el respeto existía…cuando al poblado de Copacabana, lo iluminaba un sol radiante, se oía el taconear del transeúnte por sus calles vacías; se alcanzaba a escuchar el ajetreo de las mujeres en las cocinas, al amparo del calor de fuego expedido por el carbón de leña. El silencio del vecindario se rompía cual cristal, al amanecer del domingo. Las campanas del templo a la alborada llamaban a misa, los toldos alineados moteados de blancura, exhibían llenos de esperanza sus productos, con sobredosis de honradez; por los cuatro costados, hacían aparición los campesinos, enjaezados entre la ruana con el olor característico a tierra y musgo, aroma sin igual de la laboriosidad. Oraban para que al regreso, los pies retomaran aligerados de carga, el carriel con unos pesos premio al tesón y la gratitud con el campo, cuna en que se mecen las esperanzas. Por el espacio del acogedor parque, se esparcían la música de la retreta en los instrumentos de la banda municipal, envueltos en el círculo de la chiquillería bulliciosa y expectante. Las cantinas hervían de parroquianos al encuentro del dios Baco, luciendo con orgullo sus machetes de 24 pulgadas; se hablaba de arados, de vacas, linderos, escrituras, bocatomas de agua para los labrantíos y hasta de la mujer amada.
A la sombra de frondoso árbol de mangos, los dulces.
  


A un plato voy a dar

 Hasta allí, llegaba el fatigado padre, después de haber recorrido cada uno de los lugares en que la naturaleza, estaba esperando para abastecer el hogar. La vendedora de colorido traje, capucha blanca que le cubría el cabello, delantal de amplio bolsillo (caja fuerte de tela), a donde iban a parar las monedas y su amplia sonrisa, ponía a disposición su endulzante mercancía. El padre, sabía que en cada golosina iba la renovación del amor con su esposa. Pequeño detalle que le hacía chuparse los dedos.  
       

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Y SE AMARON


Francisco Mejía Arango

El amor, está lleno de sorpresas apareciendo (lo más bello él), sin que se ande buscando o tenga una planificación metódica; llega casi siempre sin avisar en el día, lugar u hora menos pensada, basta una mirada para que algo sorprendente suceda dentro del andamiaje de los sentimientos para que brote la ternura, la vida se llena de luz, música, bondad e insomnios. La soledad, deja de ser compañía angustiosa y se transforma en emociones vivificantes que hacen de los amaneceres irradiadores de felicidad. El camino iluminado por el cariño, es propenso para divagar de la mano con la ensoñación, unidos hasta el ocaso. 
Ella, era una mujer acostumbrada a la ciudad a más de bella, la hija menor de una extensa familia, cuidada como una joya invaluable. Él todo lo contrario. Un hombre con olor a musgo, ha arado movido por manos callosas, levantado entre golpes de azadón. A pesar de la diferencia abismal, un buen día fueron cautivados por el inquieto Cupido, ese niño vendado, que lanza sus flechas a la deriva sin importarle en qué lugar da en el blanco. Ellos, se dejaron llevar por la seducción y soñaban con un hogar construido con vigorosas cepas, dónde ni el cansancio, la maleficencia del vulgo, los vaivenes económicos, intriga e infidelidad, pudieran nunca trastocar sus vidas. Sé hicieron uno, tan vigoroso, que nada pudo jamás, contrarrestar la unidad.

Nina Vélez Muñoz

Juntos atravesaron las épocas doradas de la juventud, yuxtapuestos el corredor florido de la ancianidad, con sus cabellos plateados en nobleza y un corazón predispuesto al amor. En el largo viaje de la existencia, tropezaron con vacíos insondables, que sortearon asidos de las manos de la nobleza y cobijados por la ternura, esperaban el nuevo amanecer, en que las irradiaciones de un sol de esperanzas matizaba las angustias y desesperanzas. Juntos llegaron al ocaso con un rostro iluminado por la alegría, compartido hasta el final con la progenie, resultada desde aquel flechazo lanzado al azar.  
           

miércoles, 16 de septiembre de 2015

¿POR QUÉ?


Pintura 1

Estaba sentada la anciana duda, a la sombra de un frondoso árbol, con su ropaje desteñido mirando intranquila el transcurrir de la vorágine de la existencia. Sus manos huesudas, no dejaban de temblar. Del raído manto que cubría el rostro, se asomaban unos mechones de cabello curtidos por el tiempo, que la brisa iba agitando, con el temor de que fueran desprendidos del cráneo donde estaban aferrados. De lo que se alcanzaba a percibir del rostro, se notaba que nunca llegó a ser feliz, que había pasado la vida llena de preguntas, zozobras, angustias, debilidades y que de esas mismas frustraciones, las transmitió a todo aquel inocente trashumante, explorador de su amistad. Caminó siempre en busca del débil, entró en la mente de la juventud, se posó en el nido de los enamorados; era la reina en la actitud de los políticos y el hada en religiones y sectas. Aquello que tocaba, se volvía confusión, angustia, desastre.
Demostraba, allí, en ese paraje en que se encontraba, que jamás hizo gala de una amistad duradera, en ella, todo era oscilaciones, titubeos, indecisión y perplejidad, cuna insondable de celos, infidelidad, crímenes, guerras la hecatombe. No estaba allí yaciendo tal y como se podría ver, tomaba un descanso para fortalecerse, he iniciar con ahínco las asechanzas sobre la debilidad de un mundo hecho para su reinado.

Pintura 2

Pasaban a su lado para darle aliento, los celos, infidelidad, odio, envidia, animándola a continuar con su derrotero de incertidumbre sobre la humanidad. Con el temor del engaño en las palabras de respaldo, se aprestaba para volver a las andanzas, corroer a su paso la felicidad de un cosmos que ella, había labrado en inseguridad, perfidia, desazón y violencia. Atisbaba aguzando la vista, que por el sendero, no hiciera aparición su peor enemiga: la certeza; la que con su inmensa fortaleza destruía la iniquidad de su existencia. 


miércoles, 9 de septiembre de 2015

DESEMPOLVANDO


Copacabana y su vieja estación del ferrocarril

Desempolvar, era la palabra usada por las madres con mucha frecuencia, cuando se dedicaban a limpiar el cobijo, no sólo cuando el viento traía el polvo en el juego alocado de los remolinos, sino, también, con las travesuras de los vástagos, ciclones naturales de desorden. Hoy se quiere utilizar, para sacudir la polvareda de infinitos recuerdos, cubiertos por el tiempo para mostrarlos, que aunque sencillos, ingenuos, no dejan de ser evocadores de una época matizada por las delicias de la candidez. Los actos por pequeños, eran movidos por la fuerza motriz del amor.
Sé evoca aquel instante acogedor en que toda la familia se agrupaba en el comedor. Siguiendo la norma de la urbanidad, se esperaba que el padre, se sentara primero, después cada uno ocupaba su lugar. Mientras se degustaba el alimento, no faltaba la reprensión por alguna nota discordante de uno de los comensales; era allí, en aquel monumento de la solidaridad, en que se conocía el valor de los ancestros, se expedían las normas, enseñanza de la caridad, respeto por el semejante; distinguir entre el bien y el mal. Era pues en ese escenario, la universidad de la vida regentada por los maestros de la fidelidad acrisolada por el amor, a la espera de vernos graduados en los señores del futuro. Todo esto acaecía saboreando el plato materno.   

Ojo con lo que hacen tus hijos

Al seguir sacudiendo los anaqueles de la nostalgia, se roza con las hermosas niñas buscadas para que los domingos o días de fiesta, salieran por las calles recolectando dinero, para alguna obra benéfica, deportiva o cultural. Pegaban insignias con alfiler en el pecho de los parroquianos; atravesaban un lazo en la vía para detener los vehículos y con la mejor sonrisa tan casta como seductora, pedían a los visitantes la colaboración. Entre ese ramillete de flores en despunte, resaltaba nuestro primer amor. Hoy una venerable rosa, que se niega a marchitar.
    
     

martes, 1 de septiembre de 2015

LA RAZÓN DE VIVIR


Años entre la naturaleza

El peso de los años, iban carcomiendo la vitalidad de los seres queridos, los padres. Uno a uno se fueron yendo y el último suspiro, se quedó gravado en tallas perpetuas en el corazón. Son imborrables. Los vacíos dejados eran insondables. Una oscuridad terrible cubría la casa; la paredes era frías, el jardín familiar perdía su verdor, las flores estaban apolilladas, las abejas se alejaron al no percibir el néctar. El viejo radio calló para siempre al no encontrar quien lo escuchara; en la puerta no se volvieron a oír los toques de vecinos que llegaban a compartir vivencias; las ventanas se serraron al paisaje y los rostros no volvieron asomarse por los postigos. La soledad, llegó para quedarse y las quimeras ocuparon los espacios, nada volvió a ser igual.  
Sé posó una mirada postrera por la querencia, para retener en la memoria los bellos instantes vividos, no olvidar que allí dormitó la serenidad, la enseñanza, el amor y la paz. Serró el portón y guardó la llave, caminó despacio sin mirar atrás, sabía que era la última vez…Aquel sufrimiento lo iba amortiguando la batalla emprendida con la llegada de nuevas existencias, procreadas con amor en el vientre de la mujer amada; esos hijos, sin saberlo, fueron el oasis que refrescó la jornada, mitigando con sus risas, travesuras y porqués, los recuerdos de épocas doradas. Las lágrimas pasadas se embriagaron con los nuevos rostros inquisidores. 

Niña relajada

Los amaneceres dejaron de ser sombríos, pues, se anteponían las risas en los rostros angelicales, que llegaban al tálamo matrimonial en busca de calor o a escuchar historias narradas de tiempos idos, en las que no podían faltar, las epopeyas de los ancestros  arrieros, que a lomo de mula, hicieron patria; dejando en cada fonda tatuada con el filo del hacha, la honorabilidad, el valor, la responsabilidad, el espíritu de conquista que guardaban en uno de los bolsillos secretos del carriel, junto con la carta de la mujer amada.
Algo de eso quedó acuñado para siempre, en el transcurrir de sus vidas.    


miércoles, 26 de agosto de 2015

CARGADO DE ENSUEÑOS


Naturaleza viva

No inútilmente han pasado los años, se convirtieron en un baúl en que se guardan los recuerdos, coleccionándolos delicadamente, cómo quien atesora figuras de cristal, para que no vayan a romperse; de vez en cuando en que la soledad hace la visita acompañada de la congoja, intuitivamente, se abre el cofre sagrado de la evocación y una a una sus piezas, son limpiadas con el cachemir del amor humedecido por las lágrimas, fuente inagotable de la añoranza.
Durante el recorrido del otrora, se encuentra estampas decoradas de singular belleza, matizadas por una ingenua calma que el corazón saboreaba revestido de ternura, hacía que los amaneceres fueran radiantes y las noches tachonadas de luceros, un mullido tálamo de ilusiones, esperanzas y reposo. No se encontraba asomos de perturbación, temor o miedo. Desde los campos sembrados de honestidad, revestidos del verde de la paz, bajaban por los caminos a lomo de mula las notas de sentidos bambucos, las risas angelicales de los niños, el viento jugaba con las trenzas de las vírgenes campesinas, bajo la mirada del varón, que azadón al hombro lanzaba requiebros castos, tímidos y amorosos. Mientras los pueblerinos envueltos en la fragancia de la esperanza, escuchaban la sonoridad de las campanas provenientes de la torre de la iglesia, manifestándoles que un nuevo día había llegado.


Escudo familiar

Un ángelus arropaba los hogares. En la cocina, hervían las ilusiones, los bostezos, el chocolate y la pereza de los educandos al sonido del molinillo, batido por las manos pulcras de la madre que musitaba oraciones, mientras el perro dormitaba en un rincón. Por las calles semivacías se escuchaban el taconear de pasos fervorosos, encapuchados en delicadas mantillas con rumbo al templo, el de hombres acrisolados con destino al lugar de trabajo y un murmullo de voces infantiles inundaban la pasividad de la alborada, camino al encuentro de una educación preñada de urbanidad.